lunes, octubre 16, 2006

 

Autoentrevista sin autoenmienda


¿Se define usted como liberal? ¿Qué es el liberalismo? ¿Y el neoliberalismo?

El liberalismo y el socialismo son viejas doctrinas europeas del siglo XIX, imitadas y renovadas, combatidas y ensalzadas desde entonces como si una u otra contuviesen las claves de la política de cada momento. Ninguna de las creaciones del espíritu es inmune al paso del tiempo. Cambian el derecho y las formas políticas; cambian incluso las religiones. ¿Por qué esas ideologías decimonónicas han de ser diferentes y perdurables? Pero en realidad usted me ha preguntado por la etiqueta que utilizo y a la que, a pesar de todo no renuncio: en efecto, mi posición está en el campo de la “derecha liberal”. Evitar la afirmación de las propias ideas es lo último que haría. Entre otras razones porque esquivar las definiciones es dejar al adversario una de las primas políticas fundamentales: el manejo del lenguaje. Piense que en un panorama dominado por el izquierdismo cultural, los socialistas suelen presentarse como depositarios de la tradición liberal. Y se quedan tan anchos.
Mi liberalismo es, en primer lugar, el liberalismo político hispanizado en el siglo XX por una gavilla de escritores muy notables: Javier Conde, Luis Díez del Corral, Gonzalo Fernández de la Mora, Dalmacio Negro y algún otro. Me refiero por tanto a un liberalismo para el que lo económico es un ingrediente más de la vida social, pero no el más importante según pretende el neoliberalismo. Los postulados esenciales de este liberalismo son el régimen representativo y no partitocrático; la afirmación de la nación, que encarna un ideal o destino colectivo, y la garantía de las libertades civiles y políticas de los españoles.

¿Quedan otras tradiciones en la derecha aparte de la liberal?

Al liberalismo del que yo le hablo también le puede usted llamar “realismo político”, una familia del espíritu que para algunos se remonta a Aristóteles. Otra tradición muy notable es la del liberalismo economicista o neoliberalismo, que ya he mencionado. Este liberalismo es el heredero de la Escuela austriaca (von Mises, Hayek y sus continuadores y adictos); sus miembros parecen tener hoy el monopolio de los carnés liberales. Eso me molesta casi tanto como el sectarismo cultural de la izquierda. Curiosamente, hasta finales del siglo XIX pocas cosas había que irritaran más a un economista partidario del mercado que el hecho de ser llamado “liberal”; estos economistas (Bastiat, por ejemplo) se decían “librecambistas”. Los liberales eran más bien los partidarios del régimen político que generalizó el movimiento constitucional. Además está el tradicionalismo; el disolvente anarquismo de derechas; el ordoliberalismo.
Más allá de la presentación dicotómica del liberalismo es fácil que quienes no se dedican a estos asuntos puedan perderse. En realidad, las familias liberales no se dejan catalogar fácilmente. Por ejemplo, no creo que pueda hablarse de un “liberalismo europeo” homogéneo si por eso se entiende algo más que una elaboración historiográfica al estilo de la que Guido de Ruggiero elaboró en su famoso libro de 1925: El liberalismo europeo, reeditado no hace mucho por Comares. Digamos que hay un liberalismo francés, otro inglés, otro alemán. También hay un liberalismo español, que contra lo que mucha gente cree sólo ha tenido cierta originalidad en el siglo XX, curiosamente bajo la dictadura de Franco, y episódicamente en algunos escritores tradicionalistas del siglo XIX. Decir esto puede sonar a escándalo, pero el “ostentoso constitucionalismo” doceañista –son palabras del gran constitucionalista Pérez Serrano– palidece al lado del más puro liberalismo hispánico, que es el foralismo (¿qué pensarán de esto los tradicionalistas contemporáneos?) y del liberalismo sui generis que caracteriza la meseta del régimen del General Franco. Las cosas son así, qué se le va a hacer...

¿Es posible la convivencia entre esas tradiciones sin destrozarse?

La experiencia española de los últimos años dice que la convivencia si no imposible, resulta muy difícil. Esto es desalentador. Por alguna razón, los más neoliberales de nuestros compatriotas suelen ser también los más intransigentes. Actitud en la que tal vez se acusa una cierta inmadurez política. Me divierte oírles hacerse los antifranquistas... pues sus patronos intelectuales yanquis tenían en bastante buen concepto al Caudillo. Por otro lado, la deficiente representación partitocrática del pensamiento liberal español (en la medida en la que el Partido Popular pueda considerarse un partido de inspiración liberal) siente vergüenza de sus propios orígenes intelectuales, de modo que suelen ser implacables con el ala derecha de la familia, aquella que precisamente tiene más sólidos principios y suele votarle casi siempre. Es tal vez su manera de liberarse del complejo de inferioridad que sienten frente a la izquierda. Antes que asumir la propia circunstancia nacional prefieren importar doctrinas extranjeras, llámese el Neocon o cierto liberalismo afrancesado y raffiné.

La división entre derecha e izquierda, ¿sigue siendo válida para entender lo político o ha cambiado?

Ni izquierda ni derecha tienen un sentido preciso. Nunca lo han tenido. Circulan por ahí simplificaciones editorialmente afortunadas como la de Norberto Bobbio, según la cual ser de izquierdas es bueno y ser de derechas malo. Si cree que bromeo o simplifico es que usted no se ha leído su famoso libro Derecha e izquierda. No me extraña que la izquierda, que es desde hace mucho tiempo un cuerpo astral, se haya agarrado a esas “bobbadas”. O a las de la “Tercera vía”, que es la enfermedad senil de la socialdemocracia. O al “Neorrepublicanismo”, muy conveniente para que se mantengan ocupados los intelectuales orgánicos de la izquierda, los “socialistas de cátedra” que tienen atorada a la universidad española. El daño que la politización, es decir, la izquierdización, ha hecho a la universidad española es ya irreparable. Conozco bien la Universidad de Murcia y algo menos unas cuantas más, y le aseguro que no exagero.

¿Cómo define a la izquierda?

Si me pide que defina la izquierda me pone en un brete: yo he estudiado modestamente la historia del socialismo europeo, también la menguada trayectoria del socialismo de imitación que hemos tenido en España (un puñado de gentes tácticas sin apenas pensamiento), y he llegado a hacerme una idea de lo que son todos esos socialismos. En el peor de los casos, todas sus viejas variantes respondían minimamente a algún motivo director: el derecho al trabajo, la distribución de la riqueza, etc. Pero hoy el socialismo está senil, padece arterioesclerosis y hace mucho tiempo que no ha parido una idea nueva. La meta de la “casta progresista” es mantenerse en el poder. La explotación de la nación es una consecuencia de su libido dominandi. El izquierdismo, sublimación de la fe socialista, es hoy una especie de mentalidad milagrera y sentimental, proclive al activismo vacío. El izquierdismo es fingimiento. Si digo que el izquierdismo es el zapaterismo se me entenderá mejor.

En 1989, cuando se derrumba el bloque socialista, parecía que el liberalismo y la democracia se iban a extender por todo el mundo. Sin embargo, en menos de 15 años, la izquierda europea y americana se ha reagrupado bajo otras banderas como la antiglobalización. ¿Cómo ha sido posible?, ¿por qué el liberalismo ha fracaso en convencer a los ciudadanos?

El liberalismo economicista, es decir, despolitizado, creyó, como usted recordará, que la historia había terminado (y no me refiero a Fukuyama, que en realidad sabía bien lo que decía al hablar del “fin de la historia y el último hombre”). El hundimiento del Imperio soviético les parecía la confirmación de sus tesis sobre el carácter sacrosanto del mercado. Este, al parecer, no perdona a quienes no se ajustan a sus leyes. Los soviéticos lo despreciaron y, finalmente, pagaron las consecuencias. En mi opinión, el colapso económico era una condición necesaria de la liquidación del comunismo, pero no suficiente. El sistema no se desmoronó inmediatamente por la miseria económica, sino más bien por la miseria espiritual. Los pueblos con altos ideales son capaces de supeditar el bienestar material al cumplimiento de un destino. Esa es la historia de algunos caudillismos hispanoamericanos. La corrupción moral como doctrina (emancipación del género humano) y la perversión y manipulación de las creencias religiosas (ateísmo de Estado) destruyeron los principios de los que se nutre un orden político sano. No obstante, precisamente por estas razones, el desplome soviético sólo tuvo efectos internos, es decir: la derrota económica y la fractura moral hicieron inviable el régimen marxista-leninista.
Ahora bien, la cuestión es que la ideología que los soviéticos exportaron durante décadas, con la muchas veces bien pagada ayuda de los tontos útiles de occidente, podía ya subsistir con independencia del foco emisor. Desapareció la iglesia, pero sobrevivió su fe, el marxismo leninismo. Esa especie de sinistrismo difuso alimenta precisamente despropósitos intelectuales como el movimiento antiglobalización. Las cosas hubieran sido muy diferentes si occidente hubiese presentado verdadera batalla al comunismo en los años 40 y 50. Pero salvo en España, en 1939 (y Afganistán, en 1989), el comunismo nunca ha sido derrotado militarmente; por eso su sombra de utopía malograda gravitará sobre Europa, tal vez hasta finales del siglo XXI. ¿Pueden explicar los constitucionalistas por qué después de la II Guerra mundial se prohibieron los partidos totalitarios negros, pero se autorizaron e incluso fueron primados los partidos totalitarios rojos? ¿Por qué fueron proscritos los partidos nazifascistas y no los comunistas? Como ve, los errores de los juristas políticos tienen a veces consecuencias insospechadas… Vea cuál está siendo su papel en la actual situación española.

¿Alude usted a lo que ha sucedido en España con la aprobación del Estatuto catalán y el replanteamiento de la articulación territorial del Estado?

Sí. Vivimos un momento crítico que está poniendo a prueba los resortes de la constitución del 78. Hemos visto que la omnipotencia del gobierno ha hecho saltar “legalmente” buena parte de las garantías que la constitución opone a la concentración del poder. El sistema de “balances y contrapesos” de nada ha servido para impedir la violación del núcleo esencia de la Carta: la afirmación de la unidad de la nación. Parece que el Presidente y su séquito se han empeñado en dejar su marca en la historia de España. Hacen palanca donde pueden y si las garantías ceden no se detienen ante nada: se han inventado un “matrimonio homosexual” y pretenden que esa derivación ideológica encaje en el orden concreto de nuestro Derecho privado histórico. Las garantías constitucionales han cedido también en el caso del Estatuto catalán. Eso se llama golpe de Estado “legal” y las constituciones europeas de la II postguerra, salvo unas pocas excepciones, no están preparadas para resistir este tipo de violaciones, que pueden hacerse crónicas en los próximos años. Las garantías legales no sirven en la Europa de hoy para contener a un gobierno sin escrúpulos. Las reformas futuras habrán de considerar seriamente la conveniencia de introducir en las constituciones un sólido sistema de garantías institucionales. La censura política de los Tribunales constitucionales sólo es viable en un mundo sin política. Carl Schmitt lo explicó muy bien.

¿Cree usted que España es una pervivencia del franquismo? ¿Una especie de Estado artificialmente unido por una férula militar?

Quien piense que España es un Estado artificial no conoce la historia. Yo creo que ni siquiera los propios nacionalistas se creen esa teoría. Tal vez el único español que lo cree es el Presidente de gobierno, persona de escasa preparación y menguadas condiciones intelectuales. Que esa falsificación de la historia de España forme parte del argumentario de la reivindicación nacionalista sólo demuestra, en lo político, la debilidad de los sucesivos gobiernos de la democracia, y en lo cultural, la carencia de una alta pedagogía nacional. Dicho esto, no pretendo dar a entender que la solución es la cancelación del Estado de las Autonomías. Aunque es una posibilidad política entre otras. En cualquier caso, es evidente que el sistema necesita de profundas rectificaciones. La insolidaridad, la traición institucional o el incumplimiento de la ley y las sentencias judiciales no pueden estar primados en una nación seria. Muy dotada en otros tiempos, por cierto, para el derecho. Tal vez, uno de los errores del General Franco fue renunciar a una regionalización sustantiva del país, conforme con la realidad histórica. Esto dio argumentos a la curiosa fauna antifranquista. He leído hace poco en un libro que también hay una oposición antifranquista de derechas. ¿Usted se lo cree? Yo sí. Lo que no pase en España...

¿Por qué la derecha es minoritaria entre los intelectuales y los medios de comunicación? ¿Es porque sus ideas son contrarias al signo de los tiempos?

Las ideas de derechas no son contrarias al signo de los tiempos, pero después de 1945 frecuentarlas supone ponerse a contracorriente. Y eso no es cómodo. Puede ser perjudicial. Además, los intelectuales generalmente carecen de escrúpulos. Su complejo de superioridad les hace seres muy vulnerables y proclives a cobrar un precio por sus servicios. El “intelectual” me inspira piedad... Los políticos de derechas (en todas sus manifestaciones: del ex presidente de gobierno al rector cesante de mi universidad), que favorecen por acción u omisión a la izquierda, simplemente me entristecen. No han aprendido lo que es la política de cultura.

En el siglo XIX se negaba que un católico pudiera ser liberal. ¿Es hoy posible? ¿Qué puntos en común tienen esta religión y esta ideología?

No me extraña lo más mínimo la condena católica del liberalismo, pues hay que reconocer que, al menos en un primer momento, lo liberales se dejaron llevar del anticlericalismo. Aunque la vieja herida sangra todavía de vez en cuando, me parece que la cuestión ha quedado ya zanjada en el magisterio social de Juan Pablo II. En este sentido, la Solicitudo rei socialis y Centesimus annus me parecen grandes encíclicas. En ambas se encierra una sabia lección de teología política. Ahora bien, pretender que los Papas se instruyen en las lecturas de los manuales de la Austrian Economics...


El movimiento de la memoria histórica, ¿tiene objetivos políticos aparte de los históricos? ¿Es una lucha por la historia?

La “Memoria histórica” es un lema propagandístico. En si mismo es algo tan vacío como la “Chispa de la vida” de Coca-cola. El problema es que en una sociedad como la española, altamente ideologizada (en el peor sentido de la expresión, el de patología política), estas frases huecas pueden hacer mucho daño: el ejemplo más cercano es el “Por el cambio” de los años 80, nuestros años de plomo. Si se tiene en cuenta que la corrupción es el precio de la partitocracia, el verdadero baldón del PSOE es la mentira y no el asalto a las arcas del Estado. Quizá por eso Zapatero, en quien se aparece condensada la mala conciencia de su partido, se declara defensor máximo de la Verdad. Este hombre lleva dos años invocando a los muertos y no sabe que, de seguir por este camino, su destino es convertirse en la víctima que lavará los muchos pecados del PSOE. Zapatero es un pobre hombre. Le compadezco humanamente, aunque como ciudadano me consuelo en la lectura de Juan de Mariana. No me gustaría estar en su lugar. Cosa bien distinta es que quienes saben más que él (Rubalcaba y compañía), para salvarse, utilicen la “Memoria histórica” para avivar el fantasma de la disensión radical, la guerra civil. Con esto preparan los espíritus para la renuncia. Renuncia a que se cumpla la constitución y, por tanto, se acepte la secesión de algunas partes de España. Creo que sólo hay una respuesta a ese proyecto: que la derecha política (y no sólo la intelectual o académica) abandone la fase del infantilismo político, el todos fuimos antifranquistas, y decida explicar a los españoles de donde ha venido la prosperidad de los últimos 50 años. Y si estas cosas le parecen “franquistas” al personal, es que la nación política tiene dos graves problemas, uno de conciencia y otro de inteligencia.

¿Nos puede dar una lista de autores de derechas, tanto españoles como extranjeros, para recomendar a nuestros lectores?

Javier Conde, Gonzalo Fernández de la Mora, Álvaro d’Ors y Dalmacio Negro, entre los españoles. Y por supuesto Saavedra Fajardo, que es nuestro Maquiavelo, un clásico, un viejo zorro, un “católico de Estado” del que siempre aprendo. Carl Schmitt, Julien Freund, Raymond Aron, Bertrand de Jouvenel, Gianfranco Miglio, Alain de Benoist o Günter Maschke entre los extranjeros. Y también recomendaría, si me lo permite, dos revistas españolas: Razón Española y Empresas políticas.

Comments:
Un par de preguntas:

¿Le parece que el Partido Popular puede liderar la reacción necesaria ante la disolución de la nación española que promueve el izquierdismo radical zapateril? Y sobre los intelectuales de derecha, ¿cree que tienen foros y altavoces adecuados para llegar a los ciudadanos y hacerles ver otra realidad política? ¿Tiene sentido el esfuerzo cuando la gente se "socializa" y accede a la realidad mediante la degradación moral de ciertos programas de televisió, los llamados "reality shows", y demás bazofia? ¿Cree posible aún que la educación adquiera en este galimatías autonómico carta de naturaleza para constituirse en un palanca del cambio de las mentalidades de la gente sencilla?
 
Felicidades por la entrevista. Muy bueno lo del foralismo. Lo que nunca entenderé, aparte de amistad o simpatía personal, es que le puedes ver a Alain de Benoist. Dice algunas cosas interesantes, pero económicamente y en otras cosas es un izquierdista de tomo y lomo. En cuanto al liberalismo económico, como bien sabes pues has traducido a alguno de ellos. Lo que decimos es que la libertad económica es una libertad fundamental, es más con plena libertad económica tiene que existir plena libertad política.
Felicidades tambien por tu anterior post sobre la revitalización de las regiones. No se porque se identifica derecha con centralismo y izquierda con separtismo. Por eso me gustan los carlistas y los foralistas, ellos si que eran de derechas.
Miguel Bastos
 
Excelente entrevista.
En cuanto al liberalismo econòmico yo creo que antes sea la decisìon politica, después la decision econòmica. Atencìon: la libertad econòmica deriva de la libertad politica. E la libertad polìtica del estado(como expresìon de un grupo social) : de la decisìon polìtica...
Perdòn por l'acentuacion incorrecta...
Carlo Gambescia
 
1. Respondo, modestamente, a tus interrogaciones. Pero permíteme que ponga por delante algo que me parece fundamental: es muy fácil decir o escribir que "el PP ha traicionado a su electorado al centrarse"... El verdadero, problema, como diría Aron, es qué se hace, aquí y ahora, para convertirse en un partido de gobierno y hacer una política. ¿Acaso ganarían las elecciones los críticos situados a la derecha del PP? Yo desde luego no lo sé y por eso hay que ser prudentes. Otra cosa es si merece la pena llegar al poder a costa de ciertas renuncias (y sin ánimo de enmendarse luego, sobre la marcha y por una vez).

2. Ahora bien, en el plano de la política de cultura veo las cosas algo más claras y por eso me permito cierta rotundidad: aquí el PP lo ha hecho fatalmente fatal. Parece que la política de cultura "popular" se reduce a fichar intelectuales que se convierten en funcionarios de las ideas y en monopolistas de la importación de ideas del neocon y el liberalismo francés (...¿pero es que eso existe una vez muertos Elie Halevy y, en los 80, Aron y de Jouvenel?). Así, si su política cultural no cambia, dudo mucho que pueda liderar una verdadera transformación política...

3. En cuanto a los intelectuales de derechas, creo que no hay muchos cerca del partido y sus fundaciones. Alguno sí que hay, y son unos santos, que diría García Serrano. Sobre los altavoces: la peor sordina es la falta de virtud cívica. Con lo que han pasado los intelectuales independientes en el siglo XX, lo de ZP y los Vocentos y los Prisa, aun siendo siniestro, es para reirse (al menos de momento). A quejarse menos y a cumplir cada cual con su obligación.

4. La educación política y la pedagogía nacional son fundamentales. Pero no tienen por qué estar inspiradas en el madrileñismo intelectual de siempre. Yo creo más en la labor que se haga en las Regiones.
 
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