jueves, mayo 17, 2007

 

El inefable Ernesto Giménez Caballero


La murciana Editorial Isabor ha lanzado unos caprichosos Papeles de La Ballena Alegre, colección mítica y literaria cuya primera entrega son las Cartageneras, del inefable Ernesto Giménez Caballero. El libro en cuestión, segunda edición de una joya literaria de 1974, es la reunión de las debilidades murcianas del escritor madrileño. La reedición va precedida de un "Prólogo anónimo del siglo XXI" y el dibujo de Guillermo de Ujúe (un continente del Bálsamo de Fierabrás).

Reproducimos a continuación, en su integridad, el prólogo:

Salve, Eoántropo


Ernesto Giménez Caballero nació en Madrid al año siguiente del Desastre. Murió en su ciudad en 1988, preocupado como siempre en sus augurios sobre la generación ascendente, la generación nieta. Aquella que, por fin, sentiría como un imperativo patriótico reconciliarse con él y con su obra proteica. Incluso llevar su vida al cine.
Los casi 90 años de vida de este Urvater de la tribu fueron un desafío permanente a las comodidades literarias, a los apoltronamientos académicos y a las lealtades políticas. ¿Quién se atreverá a juzgar a Gecé, pseudónimo adoptado por el escritor en los años 20, moralizando sobre su apasionante biografía? Giménez Caballero ha sido uno de los espíritus más irónicos, independientes y libres del siglo XX español, en tantos aspectos detestable por la presuntuosa gravedad de la conducta de sus intelectuales. ¿Quién sino él, convencido de su ascendiente masculino (de poeta) sobre los personajes femíneos de la historia (los políticos) –quintaesencia de su teoría política–, se atreviese a aconsejar a Franco sobre la adaptación de motorcitos de explosión a las bicicletas? Después de la parida (p. p. de parir) del 19 de abril de 1937 todo le sería permitido a este chulo madrileñista, persecutor por Europa del fermento rubio.
Y esto es bien poco si se compara con su programa genésico para restaurar la alianza hispanogermánica, de lo que da razón, entre aventuras sin cuento, en sus increíbles Memorias de un dictador (1979). Que concluyen, por cierto, con el vaticinado (y a mi juicio más que verosímil) diálogo entre el alma inmortal del escritor y Dios el día del Juicio final:
«— ¡Eres muy inteligente, Giménez Caballero!
— ¡Señor! Lo mismo me dijo Franco un día... ¡Oh! Perdón, perdón. Con Esto no quise divinizar a Franco ni hacer a Dios franquista»
A su carrera literaria (prócer del surrealismo hispánico; fundador de La Gaceta Literaria; inventor de los carteles literarios), cinematográfica (fundador del primer cine-club español) y política (inventor de lemas e imágenes) sumemos el compromiso superlativo con el bando vencedor en la guerra civil y la veleidad de considerarse el primer fascista de España. Gecé o El Precursor. He ahí el porqué de su adversa fortuna. Hubo una época, durante la Fementida Transición (del páramo ¡al desierto!), en la que, según parece, muchos intelectuales evitaban su compañía, huyéndole, la cobardía en el cuerpo.
Imposible que un personaje tan sobresaliente como Giménez Caballero no haya cosechado a lo largo de su vida los frutos de la envidia. Comenzando por el honor forzoso de su destino-exilio diplomático en el Paraguay. Me viene ahora a las mientes cierta evocación del inefable Embajador. Adriano Gómez Molina, vocado por el personaje y obligado por su cargo, le recordaba, en un conferencia inverosímil de Colegio Mayor, arengando a los universitarios a marchar con él al Paraguay a fecundar indias, a culminar la misión colonizadora y genésica de los hispanos. Perfil genial de Eoántropo, de hombre auroral.


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